Yuliana no espera ningún otro
invitado a su fiesta, sólo quiere que sus dos amigas se vayan para poder dormir.
En el techo quedan las bombas de colores con algunas serpentinas que no se han
caído. La única luz que data que hay vida allí, en ese tercer piso sobre la
variante de Caldas, es una cortina navideña morada. La música se detuvo hace un
rato y el silencio que dejó un cumpleaños sin la compañía de su esposo se rompe
con un “Toc, toc”.
- - ¿Quién es?
- - ¡Buenas noches!
- - Que ¿quién es?
- - ¡Mariachi Medellín Show!
(Un silencio de tres segundos) ¡Arriba muchachos!
“Lalalaira laralalaira…..En la puerta de tu
casa, te venimos a cantar, en este día aventuroso que Dios te dejó llegar. Si
estás dormida despierta, deja ese sueño profundo, porque en este día es la
fecha que llegaste a este mundo…”
La anfitriona tarda en abrir, mientras
tanto el líder del grupo le pregunta a su esposo “señor agente ¿si le va a leer
el poema?”- “No mijo, sigamos así”. Ambos voltean a mirar la puerta blanca
moviéndose y dando paso a lo que serían 30 minutos de música popular mexicana.
“¿Qué cuánto dura una serenata?
Eso depende del cliente. El paquete normal de 280.000 pesos, que es de siete
canciones, dura media hora, ya si el paciente pide más, se le va sumando”,
cuenta Ferney Ortíz, líder del grupo Mariachi
Medellín Show desde hace un año.
Antes de montar el grupo,
Ferney tocó durante siete años en Mariachi
2000 y Mariachi Mexicanísimo. Él siempre quiso tener su empresa, pero jamás
pensó que iba a ser de mariachis. Antes trabajó de guardia en la cárcel de
Concordia, hasta que un día cualquiera de sus 23 años, estaba de permiso en el
parque en la inauguración de un supermercado, en la que se presentaba un
Mariachi de Medellín; algunas personas reconocían que cantaba bien y le
pidieron que se montara al show. Desde entonces ya no se quita el sombrero.
“Yo me di cuenta que cuidar
presos era algo muy serio para mí. Me estaba volviendo muy malaclase en la
cárcel y aproveché la propuesta que me hizo el director de ese grupo. Arranqué
para acá”. Ferney tomó las riendas del pánico escénico, pasó de cantar en los
baños a cantar en todo tipo de escenarios.
Los mariachis no tienen un
nicho de mercado muy cerrado, cualquiera puede ser su cliente. Tocan en
matrimonios, aniversarios, cumpleaños, reconciliaciones, bienvenidas,
despedidas y hasta entierros. Les encanta Medellín porque dicen que después de
México es la mejor plaza - ¿Por qué? - Porque aquí se celebra todo. “Acá
compran un par de zapatos y llaman para una serenata”, dice Ferney carcajeando,
pero “Gracias a Dios”.
Van a cualquier lugar del que
los llamen, por eso les pasan tantos cacharros. A los de Medellín Show no mucho, pero cuentan que a sus amigos los han
llamado de lugares lejanos sólo para robarles los instrumentos, les ha tocado
caer en medio de las peleas de las fiestas, les han salido clientes caprichosos
que los amenazan para que sigan cantando y en algunas noches no les han pagado.
A Humberto zapata, el otro cantante del grupo, un día un niño le tiró un
baldado de agua, eso acabó la serenata porque ni los gritos del papá del niño,
ni la risa de sus compañeros dejaron.
Humberto es del grupo el que
más experiencia tiene, lleva 30 años de cantante, de los que 18 han sido en
mariachi. Él se intercala con Ferney en las serenatas, hay canciones que le salen
más a uno que al otro.Mientras ambos con sus
canciones buscan romper el frío de mujeres como Yuliana, la cumpliañera de
Caldas, “Carlangas”, el utilero del grupo, sale corriendo por los alrededores de
la casa a repartir publicidad. Él, tiene 18 años, no canta, pero se sabe todas
las canciones y todas las historias de familia que se discuten en la van blanca,
antes y después de cada serenata.
Cuando el cliente no define el
repertorio, ellos lo cuadran en el carro. Siempre llevan abierta la posibilidad
de cambiar de canciones dependiendo del ambiente, de la reacción de la gente y
de las peticiones que hagan. Lo que más suena es Javier Solís, José Alfredo
Jiménez, Aceves Mejía, Pepe Aguilar, y por supuesto Vicente Fernández, que
aunque es muy comercial, no deja de ser “El Rey”.
En el fondo todos quieren ser
“El Rey”, pero admiten que hay unos mejores que otros. Al principio ninguno se
pone nombre artístico, pero con el tiempo aparecen las chapas. El rey de
Caballo Blanco - la sede en la que la mayoría de los mariachis de Medellín se
reúnen y ensayan - es Bernardo Restrepo; el trono se lo dio él mismo por la
experiencia que adquirió; tiene 65 años y canta desde los 35; es el director
del grupo Los charros de América y
dice que es uno de los de más categoría en la ciudad; no tambalea cuando afirma
que los mejores sombreros los tiene su mariachi, porque se los mandaron
directamente de México.
No sólo el talento musical le
da categoría a un mariachi, con mirar los vestuarios uno podría calcular la
tarifa. Un atuendo más o menos vale 450.000, más 170.000 que valgan unas buenas
botas, más el moño y el cinto que cuesten 120.000 y el sombrero 200.000. La
pinta debe ser completa: camisa, chaleco, chaparra, pantalón, botas, el moño de
color y el sombrero. Lo demás es identidad del grupo: si el moño es estampado o
no, si los arabescos del pantalón son tejidos o colgados, eso lo deciden con la
intensión de sobresalir entre tanto mariachi que hay en la ciudad. Cada uno empieza
a hacer su propia colección: Bernardo “el rey”, tiene 11 trajes. Ferney “el sí,
sí”, tiene cuatro y Jhonatan Ballesteros “Chupetín”, el mejor elemento de Medellín Show, tiene seis.
“Chupetín” es el más joven del
grupo y el más nuevo también, tiene 28 años y su primera serenata se la dio a
su mamá en Itagüí cuando tenía 15; toca todos los instrumentos de cuerda que
conforman un mariachi: Violín, Vihuela, guitarra y guitarrón, además canta. La
música la heredó de su padre Víctor Ballesteros, antiguo líder de Mariachi Veracruz.
Los compañeros de Jhonatan lo
admiran. Una anécdota especial es que él esté allí, así lo cree Giovanni
Sánchez, el violinista del grupo, que igual que su amigo, viene de una familia
de mariachis y desde que tenía 19 años decidió ser como su padre. Hace 25 años
que no trabaja en construcción, ni es mensajero. Hace 25 años que se la pasa casi
todas las noches en un carro, de barrio en barrio, de pueblo en pueblo, tocando
para algún afortunado o desdichado.
Antes de llegar a Caldas,
estaban tocando en un aniversario en Girardota y después saldrían para una
serenata en Robledo. “Así es esto”. Los mariachis tienen fama de impuntuales, a
veces les toca serlo, iban bien de tiempo, pero el cliente del aniversario les
pidió otros temitas, además les ofreció tequila. Le llegaron media hora tarde
al señor agente, pero gracias a eso le dieron de ñapa, otras dos canciones.
Cobran siempre en efectivo
porque se reparten la plata al finalizar la noche o la madrugada. El mejor día
que es el sábado se hacen entre 10 y 11 serenatas. Ocho músicos, más el
utilero, es la base normal; así también es el grupo de Bernardo “el rey”. Otros
de mayor categoría como el grupo en el que también toca “Chupetín”, que es Mariachi, Mi Tierra, tiene 13 en su
elenco y cobra más.
En la Medellín mexicana se ve
de todo: los mariachis que piratean, esos que pertenecen a un grupo, pero en
los ratos libres trabajan y hacen reemplazos en otros; los grupos que trabajan
por línea, como el de Bernardo, o el de Ferney, que sólo van a Caballo Blanco
cuando ya han concretado la serenata, porque allí tienen los camerinos. En
Caballo blanco sólo hay 14 camerinos, pero es que este lugar es sólo un pedazo
de la esquina más mexicana de la ciudad.
Todos los días se puede
encontrar un mariachi allí, en la carrera 70 con la calle 50. Al costado
izquierdo, en la fachada caída por los 50 años de antigüedad, dice con letras
azules “Centro artístico de Mariachis”. El centro artístico está compuesto por
el salón de billares Caballo Blanco, una casa de dos pisos grande que está
distribuida en 35 camerinos y los demás los alquilan encima de la panadería Buñuelos Pan. En esta esquina, que
muchos conocen como Plaza Garibaldi, se encuentran, dice “El rey”, alrededor de
35 grupos de mariachis. Algunos van y viene, otros permanecen allí desde las
5pm hasta las 3am, esperando que los llamen para serenata.
Los hay quienes no tienen
camerinos, pero se cambian en la van. Algunos grupos tienen su propio carro y a
otros les toca alquilar. Don Bernardo, por ejemplo, tiene tres van y dice que
él en el día es comerciante y en la noche es mariachi. Al Rey siempre le ha gustado
la música popular mexicana, antes de decidir ser mariachi, fue bailarín y
profesor de tango. Él es de los mariachis de la Plaza Garibaldi de Medellín que
lleva más años en ese cuento y que ya augura su final. Se está despidiendo de
los trajes elegantes y sombreros pesados, de las trasnochadas, de las lloradas,
de las alegrías que le han regalado las rancheras. Ha decidido jubilarse, y
como es el sueño de todos, ir a conocer México por fin, el país de sus ídolos.
Aunque don Bernardo nunca ha
visitado la tierra de Julián Carrillo, es más de allá que de acá. Aunque ya
piensa dejar de ser mariachi, “sigue siendo el rey”, como dice la canción.
Los mariachis de Medellín Show y Los Charros de América, no se conocen, quizá se han visto en la
plaza muchas noches, pero son tantos que no todos saben quiénes son. En un día
pueden entrar y salir hasta 100 músicos, por esa puerta con olor a sudor,
berrinche, cigarrillo, tequila y mezcolanza de todo tipo de perfumes y
desodorantes.
Mientras Ferney, Jhonatan,
Giovani, Humberto, Jhon Jairo el guitarronista, los tres vientos y Carlangas,
están en el camerino, preparándose para salir a Girardota, a la primera serenata
del jueves. Bernardo y sus Charros, acaban de llegar de Laureles. Los mariachis
Aztecas están afuera del bar
escuchando la música que suena en una de las van. Otros cinco mariachis con
trajes diferentes están en toda la esquina buscando clientes, a estos son los
que llaman “los guerriadores”, esos que se quedan toda la noche sin contrato
fijo, “levantando” la atención de los que pasan. Sobre esa forma de guerriar
hay quienes piensan que es una manera de perratiar el negocio, y los que creen
que no son competencia porque cada quien tiene sus propios clientes.
Thomas Cipriano es uno de
ellos, también porta un buen traje y tiene su equipo de trabajo, pero no pierde
tiempo, ni respondiendo preguntas de nada. En los tiempos muertos se para en la
esquina a decirles a los muchachos y señores que pasan “¿Le quiere llevar una
serenata a su mujer?”, “Venga, se la dejo baratica”. Los guerriadores no son la
mayoría esa noche. El bar está lleno de mariachis a medio traje jugando billar,
otros jugando maquinitas, y los que no, viendo jugar. Los que salen se van
elegantes y bien puestos. Los que llegan están sin moño y con la marca del
sombrero en la frente, rodeada por sudor.
Gabriel Arias y Darío Suarzuluaga,
son los administradores de Caballo Blanco, uno trabaja 24 horas y el otro le
recibe y se queda las mismas horas. Ya ellos se conocen como es este mundo, saben
cuáles son los borrachines, porque todos no lo son. Es la imagen con la que han
tenido que cargar por muchas embarradas de sus colegas y porque no se le puede
despreciar trago a un cliente. “Al principio uno si se descarrilaba mucho con
el trago, recibiendo en todas las fiestas, a tal punto que no era capaz de
seguir tocando”, cuenta Giovani.
Los grupos de mariachi tienen
que convertirse en amigos o en familia, porque una vez deciden unirse para
tocar, tendrán que compartir el resto de las noches y celebraciones. Serán
quienes se ayuden a ahuyentar a las mujeres que les caen en las fiestas de
solteronas y a las muchachas lindas que les hacen ojitos. “Las culturales”, son las serenatas que se
regalan entre ellos, las que le llevan a sus esposas cada vez que están
peleados, o las que donan cuando es
necesario.
Recuerda Jhonatan que un día
estaban por la 70 descansando y llegó un vendedor de chicles, les preguntó que
si podían darle barata una serenata para su mamá con unos ahorritos que tenía.
El director del otro grupo en el que toca, le dijo que lo más barato que podía
era 350.000 y el joven puso cara de desanimado, les dijo que si mucho tenía en
la alcancía 100.000 pesos. Los músicos no soportaron la imagen y decidieron
pagarla entre ellos.
- - Mijo, venga pues.
Arranque y vamos de una.
Subieron en el carro hasta
Santo Domingo. Recuerda que la casa era de tablas, que la mujer era anciana y
estaba enferma, que lloró de la emoción, pero lloraron más ellos.
“Soy el hijo más humilde, que no ha tenido riquezas, pero si
tengo a mi madre y con ella no hay pobreza”
Ese día no les ofrecieron
licor, ni comida, ni torta, de hecho ellos tuvieron que comprarse la gaseosa y
compartir con el joven y su madre, pero les dieron lo que para todos los
mariachis que se les pregunte es el mejor pago que les llega: una emoción. Sentir
que la gente está recibiendo verdaderamente lo que están tocando.
Hay gente que llora, gente que
se alegra, gente que se enoja, hubo una muchacha que se orinó. Hay gente que no
pone cara de nada, como Yuliana. Hay gente que mantiene en esas, grupos de
amigos con plata que están comiendo en un restaurante y llaman a pedir una
serenata, pero también hay personas para quienes recibir un grupo de mariachis
es un sueño.
Antes de arrancar de Caldas
para Robledo, los Medellín Show
tocaron Si quieres de Juan Gabriel. “No necesitas decir si, tan solo bésame y
sabrás que como un loco estoy de ti enamorado”. Ella
le dio un abrazo y un beso disimulado al señor agente, algo es algo, para lo
enojada que estaba. “El beso de judas” dijo Humberto ya en el carro y todos se
rieron.
Ellos se la pasan reparando
corazones de extraños, cuando muchos ni cantándose el repertorio de 400 u 800
canciones que se sepan, pueden sanar sus propios despechos. En esas mantienen:
de novia en novia, hasta que encuentran una que aguante el voltaje de la vida
de un mariachi y con esa se casan. Todos los mariachis de Ferney son casados,
excepto él, que se divorció el año pasado, por lo mismo. No podía estar con su
esposa el día de la madre, ni el día de la mujer, ni ningún sábado. Cuando
llegaba a la casa, ella debía salir para el trabajo. Cuando ella llegaba, él
estaría por ahí cantándole “te amaré toda la vida” a alguna desconocida.
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