lunes, 19 de septiembre de 2016

Serenatas

Crónica de oficio sobre el Mariachi



Yuliana no espera ningún otro invitado a su fiesta, sólo quiere que sus dos amigas se vayan para poder dormir. En el techo quedan las bombas de colores con algunas serpentinas que no se han caído. La única luz que data que hay vida allí, en ese tercer piso sobre la variante de Caldas, es una cortina navideña morada. La música se detuvo hace un rato y el silencio que dejó un cumpleaños sin la compañía de su esposo se rompe con un “Toc, toc”.

-         -  ¿Quién es?
-         -    ¡Buenas noches!
-         -    Que ¿quién es?
-         -    ¡Mariachi Medellín Show! (Un silencio de tres segundos) ¡Arriba muchachos!

“Lalalaira laralalaira…..En la puerta de tu casa, te venimos a cantar, en este día aventuroso que Dios te dejó llegar. Si estás dormida despierta, deja ese sueño profundo, porque en este día es la fecha que llegaste a este mundo…”

La anfitriona tarda en abrir, mientras tanto el líder del grupo le pregunta a su esposo “señor agente ¿si le va a leer el poema?”- “No mijo, sigamos así”. Ambos voltean a mirar la puerta blanca moviéndose y dando paso a lo que serían 30 minutos de música popular mexicana.

“¿Qué cuánto dura una serenata? Eso depende del cliente. El paquete normal de 280.000 pesos, que es de siete canciones, dura media hora, ya si el paciente pide más, se le va sumando”, cuenta Ferney Ortíz, líder del grupo Mariachi Medellín Show desde hace un año.

Antes de montar el grupo, Ferney tocó durante siete años en Mariachi 2000 y Mariachi Mexicanísimo. Él siempre quiso tener su empresa, pero jamás pensó que iba a ser de mariachis. Antes trabajó de guardia en la cárcel de Concordia, hasta que un día cualquiera de sus 23 años, estaba de permiso en el parque en la inauguración de un supermercado, en la que se presentaba un Mariachi de Medellín; algunas personas reconocían que cantaba bien y le pidieron que se montara al show. Desde entonces ya no se quita el sombrero.
“Yo me di cuenta que cuidar presos era algo muy serio para mí. Me estaba volviendo muy malaclase en la cárcel y aproveché la propuesta que me hizo el director de ese grupo. Arranqué para acá”. Ferney tomó las riendas del pánico escénico, pasó de cantar en los baños a cantar en todo tipo de escenarios.

Los mariachis no tienen un nicho de mercado muy cerrado, cualquiera puede ser su cliente. Tocan en matrimonios, aniversarios, cumpleaños, reconciliaciones, bienvenidas, despedidas y hasta entierros. Les encanta Medellín porque dicen que después de México es la mejor plaza - ¿Por qué? - Porque aquí se celebra todo. “Acá compran un par de zapatos y llaman para una serenata”, dice Ferney carcajeando, pero “Gracias a Dios”.

Van a cualquier lugar del que los llamen, por eso les pasan tantos cacharros. A los de Medellín Show no mucho, pero cuentan que a sus amigos los han llamado de lugares lejanos sólo para robarles los instrumentos, les ha tocado caer en medio de las peleas de las fiestas, les han salido clientes caprichosos que los amenazan para que sigan cantando y en algunas noches no les han pagado. A Humberto zapata, el otro cantante del grupo, un día un niño le tiró un baldado de agua, eso acabó la serenata porque ni los gritos del papá del niño, ni la risa de sus compañeros dejaron.

Humberto es del grupo el que más experiencia tiene, lleva 30 años de cantante, de los que 18 han sido en mariachi. Él se intercala con Ferney en las serenatas, hay canciones que le salen más a uno que al otro.Mientras ambos con sus canciones buscan romper el frío de mujeres como Yuliana, la cumpliañera de Caldas, “Carlangas”, el utilero del grupo, sale corriendo por los alrededores de la casa a repartir publicidad. Él, tiene 18 años, no canta, pero se sabe todas las canciones y todas las historias de familia que se discuten en la van blanca, antes y después de cada serenata.

Cuando el cliente no define el repertorio, ellos lo cuadran en el carro. Siempre llevan abierta la posibilidad de cambiar de canciones dependiendo del ambiente, de la reacción de la gente y de las peticiones que hagan. Lo que más suena es Javier Solís, José Alfredo Jiménez, Aceves Mejía, Pepe Aguilar, y por supuesto Vicente Fernández, que aunque es muy comercial, no deja de ser “El Rey”.

En el fondo todos quieren ser “El Rey”, pero admiten que hay unos mejores que otros. Al principio ninguno se pone nombre artístico, pero con el tiempo aparecen las chapas. El rey de Caballo Blanco - la sede en la que la mayoría de los mariachis de Medellín se reúnen y ensayan - es Bernardo Restrepo; el trono se lo dio él mismo por la experiencia que adquirió; tiene 65 años y canta desde los 35; es el director del grupo Los charros de América y dice que es uno de los de más categoría en la ciudad; no tambalea cuando afirma que los mejores sombreros los tiene su mariachi, porque se los mandaron directamente de México.

No sólo el talento musical le da categoría a un mariachi, con mirar los vestuarios uno podría calcular la tarifa. Un atuendo más o menos vale 450.000, más 170.000 que valgan unas buenas botas, más el moño y el cinto que cuesten 120.000 y el sombrero 200.000. La pinta debe ser completa: camisa, chaleco, chaparra, pantalón, botas, el moño de color y el sombrero. Lo demás es identidad del grupo: si el moño es estampado o no, si los arabescos del pantalón son tejidos o colgados, eso lo deciden con la intensión de sobresalir entre tanto mariachi que hay en la ciudad. Cada uno empieza a hacer su propia colección: Bernardo “el rey”, tiene 11 trajes. Ferney “el sí, sí”, tiene cuatro y Jhonatan Ballesteros “Chupetín”, el mejor elemento de Medellín Show, tiene seis.

“Chupetín” es el más joven del grupo y el más nuevo también, tiene 28 años y su primera serenata se la dio a su mamá en Itagüí cuando tenía 15; toca todos los instrumentos de cuerda que conforman un mariachi: Violín, Vihuela, guitarra y guitarrón, además canta. La música la heredó de su padre Víctor Ballesteros, antiguo líder de Mariachi Veracruz.
Los compañeros de Jhonatan lo admiran. Una anécdota especial es que él esté allí, así lo cree Giovanni Sánchez, el violinista del grupo, que igual que su amigo, viene de una familia de mariachis y desde que tenía 19 años decidió ser como su padre. Hace 25 años que no trabaja en construcción, ni es mensajero. Hace 25 años que se la pasa casi todas las noches en un carro, de barrio en barrio, de pueblo en pueblo, tocando para algún afortunado o desdichado.

Antes de llegar a Caldas, estaban tocando en un aniversario en Girardota y después saldrían para una serenata en Robledo. “Así es esto”. Los mariachis tienen fama de impuntuales, a veces les toca serlo, iban bien de tiempo, pero el cliente del aniversario les pidió otros temitas, además les ofreció tequila. Le llegaron media hora tarde al señor agente, pero gracias a eso le dieron de ñapa, otras dos canciones.

Cobran siempre en efectivo porque se reparten la plata al finalizar la noche o la madrugada. El mejor día que es el sábado se hacen entre 10 y 11 serenatas. Ocho músicos, más el utilero, es la base normal; así también es el grupo de Bernardo “el rey”. Otros de mayor categoría como el grupo en el que también toca “Chupetín”, que es Mariachi, Mi Tierra, tiene 13 en su elenco y cobra más.

En la Medellín mexicana se ve de todo: los mariachis que piratean, esos que pertenecen a un grupo, pero en los ratos libres trabajan y hacen reemplazos en otros; los grupos que trabajan por línea, como el de Bernardo, o el de Ferney, que sólo van a Caballo Blanco cuando ya han concretado la serenata, porque allí tienen los camerinos. En Caballo blanco sólo hay 14 camerinos, pero es que este lugar es sólo un pedazo de la esquina más mexicana de la ciudad.

Todos los días se puede encontrar un mariachi allí, en la carrera 70 con la calle 50. Al costado izquierdo, en la fachada caída por los 50 años de antigüedad, dice con letras azules “Centro artístico de Mariachis”. El centro artístico está compuesto por el salón de billares Caballo Blanco, una casa de dos pisos grande que está distribuida en 35 camerinos y los demás  los alquilan encima de la panadería Buñuelos Pan. En esta esquina, que muchos conocen como Plaza Garibaldi, se encuentran, dice “El rey”, alrededor de 35 grupos de mariachis. Algunos van y viene, otros permanecen allí desde las 5pm hasta las 3am, esperando que los llamen para serenata.

Los hay quienes no tienen camerinos, pero se cambian en la van. Algunos grupos tienen su propio carro y a otros les toca alquilar. Don Bernardo, por ejemplo, tiene tres van y dice que él en el día es comerciante y en la noche es mariachi. Al Rey siempre le ha gustado la música popular mexicana, antes de decidir ser mariachi, fue bailarín y profesor de tango. Él es de los mariachis de la Plaza Garibaldi de Medellín que lleva más años en ese cuento y que ya augura su final. Se está despidiendo de los trajes elegantes y sombreros pesados, de las trasnochadas, de las lloradas, de las alegrías que le han regalado las rancheras. Ha decidido jubilarse, y como es el sueño de todos, ir a conocer México por fin, el país de sus ídolos.
Aunque don Bernardo nunca ha visitado la tierra de Julián Carrillo, es más de allá que de acá. Aunque ya piensa dejar de ser mariachi, “sigue siendo el rey”, como dice la canción.

Los mariachis de Medellín Show y Los Charros de América, no se conocen, quizá se han visto en la plaza muchas noches, pero son tantos que no todos saben quiénes son. En un día pueden entrar y salir hasta 100 músicos, por esa puerta con olor a sudor, berrinche, cigarrillo, tequila y mezcolanza de todo tipo de perfumes y desodorantes.

Mientras Ferney, Jhonatan, Giovani, Humberto, Jhon Jairo el guitarronista, los tres vientos y Carlangas, están en el camerino, preparándose para salir a Girardota, a la primera serenata del jueves. Bernardo y sus Charros, acaban de llegar de Laureles. Los mariachis Aztecas están afuera del bar escuchando la música que suena en una de las van. Otros cinco mariachis con trajes diferentes están en toda la esquina buscando clientes, a estos son los que llaman “los guerriadores”, esos que se quedan toda la noche sin contrato fijo, “levantando” la atención de los que pasan. Sobre esa forma de guerriar hay quienes piensan que es una manera de perratiar el negocio, y los que creen que no son competencia porque cada quien tiene sus propios clientes.

Thomas Cipriano es uno de ellos, también porta un buen traje y tiene su equipo de trabajo, pero no pierde tiempo, ni respondiendo preguntas de nada. En los tiempos muertos se para en la esquina a decirles a los muchachos y señores que pasan “¿Le quiere llevar una serenata a su mujer?”, “Venga, se la dejo baratica”. Los guerriadores no son la mayoría esa noche. El bar está lleno de mariachis a medio traje jugando billar, otros jugando maquinitas, y los que no, viendo jugar. Los que salen se van elegantes y bien puestos. Los que llegan están sin moño y con la marca del sombrero en la frente, rodeada por sudor.  

Gabriel Arias y Darío Suarzuluaga, son los administradores de Caballo Blanco, uno trabaja 24 horas y el otro le recibe y se queda las mismas horas. Ya ellos se conocen como es este mundo, saben cuáles son los borrachines, porque todos no lo son. Es la imagen con la que han tenido que cargar por muchas embarradas de sus colegas y porque no se le puede despreciar trago a un cliente. “Al principio uno si se descarrilaba mucho con el trago, recibiendo en todas las fiestas, a tal punto que no era capaz de seguir tocando”, cuenta Giovani.

Los grupos de mariachi tienen que convertirse en amigos o en familia, porque una vez deciden unirse para tocar, tendrán que compartir el resto de las noches y celebraciones. Serán quienes se ayuden a ahuyentar a las mujeres que les caen en las fiestas de solteronas y a las muchachas lindas que les hacen ojitos.  “Las culturales”, son las serenatas que se regalan entre ellos, las que le llevan a sus esposas cada vez que están peleados,  o las que donan cuando es necesario.

Recuerda Jhonatan que un día estaban por la 70 descansando y llegó un vendedor de chicles, les preguntó que si podían darle barata una serenata para su mamá con unos ahorritos que tenía. El director del otro grupo en el que toca, le dijo que lo más barato que podía era 350.000 y el joven puso cara de desanimado, les dijo que si mucho tenía en la alcancía 100.000 pesos. Los músicos no soportaron la imagen y decidieron pagarla entre ellos.

-         -  Mijo, venga pues. Arranque y vamos de una.
Subieron en el carro hasta Santo Domingo. Recuerda que la casa era de tablas, que la mujer era anciana y estaba enferma, que lloró de la emoción, pero lloraron más ellos.
“Soy el hijo más humilde, que no ha tenido riquezas, pero si tengo a mi madre y con ella no hay pobreza”

Ese día no les ofrecieron licor, ni comida, ni torta, de hecho ellos tuvieron que comprarse la gaseosa y compartir con el joven y su madre, pero les dieron lo que para todos los mariachis que se les pregunte es el mejor pago que les llega: una emoción. Sentir que la gente está recibiendo verdaderamente lo que están tocando.

Hay gente que llora, gente que se alegra, gente que se enoja, hubo una muchacha que se orinó. Hay gente que no pone cara de nada, como Yuliana. Hay gente que mantiene en esas, grupos de amigos con plata que están comiendo en un restaurante y llaman a pedir una serenata, pero también hay personas para quienes recibir un grupo de mariachis es un sueño.

Antes de arrancar de Caldas para Robledo, los Medellín Show tocaron Si quieres de Juan Gabriel. “No necesitas decir si, tan solo bésame y sabrás que como un loco estoy de ti enamorado”. Ella le dio un abrazo y un beso disimulado al señor agente, algo es algo, para lo enojada que estaba. “El beso de judas” dijo Humberto ya en el carro y todos se rieron.
Ellos se la pasan reparando corazones de extraños, cuando muchos ni cantándose el repertorio de 400 u 800 canciones que se sepan, pueden sanar sus propios despechos. En esas mantienen: de novia en novia, hasta que encuentran una que aguante el voltaje de la vida de un mariachi y con esa se casan. Todos los mariachis de Ferney son casados, excepto él, que se divorció el año pasado, por lo mismo. No podía estar con su esposa el día de la madre, ni el día de la mujer, ni ningún sábado. Cuando llegaba a la casa, ella debía salir para el trabajo. Cuando ella llegaba, él estaría por ahí cantándole “te amaré toda la vida” a alguna desconocida.
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sábado, 11 de junio de 2016

Cuna de Plomo


Nací en una cuna de plomo y no le tengo miedo a la muerte, porque ya me lo mataron. Murió mi miedo a la noche, porque vi a plena luz del día cuando le dispararon. Lo vi tomándose una última cerveza y me dijo “niña, Dios la bendiga”, ya tenía las manos frías y olía a tumba, estaba esperando a su sicario que traía a la muerte enredada entre los dedos.


Sonaron cuatro tiros. Dos le dieron en el pecho, uno en los sueños de su hija y el otro todavía lo escucho retumbando mi mente. A mi ese día también me mataron, Dora, no llore más, no sólo su hijo está muerto. 

lunes, 25 de abril de 2016

L e t r a s

No concibo mejor forma de expresarme que con la escritura
Siento como si pudiera minimizar mi tristeza cuando la pongo sobre el papel,
Y en vez de eso, logro hacerla más profunda, entera, invasiva y sincera.
De pronto estoy sola, confronto mis letras
y corre esa tristeza borrándolo todo.

18 de mayo de 2014. Adiós abuela.

domingo, 17 de abril de 2016

Desperté

Desperté. Había chocolate caliente en un tazón en la mesa, pero no había nadie. Sonaba la mitad de una canción, estaba en el minuto treinta y dos, sintonizada en una emisora local. ¡Sonaba música, pero no había nadie! En la sala no había nadie, en mis recuerdos no había nada. Habían dejado la puerta del balcón entreabierta, me asomé, pero ya no había nadie. Estaba una cusca de cigarrillo apretada contra una lata negra, desfigurada por la fuerza con que fue pegada. Las cenizas todavía estaban calientes, pero no podía ver a nadie. Ni siquiera se veía nadie en la calle. El baño estaba húmedo, el suelo estaba sucio, el mueble tenía marcas de un sueño profundo. Nada estaba intacto, pero no había nadie. Siempre despierto cuando todos se han ido. Creo que camino muy lento y que el mundo va muy rápido. 

martes, 15 de diciembre de 2015

Besos de agua salada

Microrrelato.
Tema: terror en Cartagena (España)


Nos conocimos en un crucero rumbo al mar mediterráneo. Cada noche humedecíamos nuestros labios con los besos furtivos que pasaron desapercibidos ante su madre y mi esposo, quien dormía plácido en una elegante alcoba de luna de miel en el segundo nivel del barco.

Nuestra desenfrenada pasión desembocó en el puerto de Cartagena. Allí, bañados por la brisa del mar, sobre la tierra por donde entró el cristianismo a España, cometimos cada uno de los pecados que dos amantes puedan imaginar. Ningún hombre había navegado por mi cuerpo con tal ímpetu.

Cuando el barco se disponía a zarpar, me pidió que nos amáramos, le dije que tenía que regresar a mi hogar y prometí recordarlo. El hombre, cuyo nombre nunca conocí, mostró en su rostro el desconcierto de un pescador cuando pierde su presa y antes de que yo pudiera huir, me ató de una soga como si fuera un anzuelo y me lanzó al agua. Minutos después, con la piel helada y de color morado, dejé de respirar. Desde entonces me la paso seduciendo patrulleros como usted, llenándoles la boca de agua salada, y tiñendo de rojo con su sangre, estas olas que me arrebataron el amor. 




Pintura: Alex Dzigurski

jueves, 30 de julio de 2015

El ciudadano Kane

Al ver El Ciudadano Kane, cuesta creer que sea una película del año 1941, asombro que se disminuye al final, cuando en los créditos aparece el nombre Orson Welles.  Este hombre es un ícono para la historia del cine, parece que no le bastó con haber revolucionado la radiodifusión, cuando mostró la adaptación que hizo de la novela Guerra de los Mundos, generando pánico real en los habitantes de New York y New Jersey, quienes corrían atemorizados por la supuesta invasión extraterrestre, que él narraba en su programa de ficción.

Tres años después, introdujo a la pantalla grande, una cinta que rompía con la cronología lineal, tradicional en el cine y mostró una historia contada desde el pasado, el presente y el futuro, en la que trascurre la vida de un magnate de la prensa.  Welles creó quizás la primera obra cinematográfica, enteramente elaboraba mediante la analépsis, técnica que le permitió detallar la historia alterando su secuencia, conectando momentos distintos, de diferentes épocas y trasladando acciones al pasado.

De esta forma suceden alternativamente, fragmentos que componen la historia completa, en un juego de tiempos que permite ver cómo es Charles Foster Kane, desde ese primer momento en la niñez, en que hereda la fortuna y la soledad, hasta el día de su muerte; pasando por dos fallidas relaciones sentimentales, un momento victorioso como director del  periódico Cronical, el éxito y el declive como figura política, el tiempo de amistad con Leland y los últimos años antes de partir. Aunque en realidad la trama sucede después de que él fallece, porque a un periodista se le ha encargado encontrar el significado de la última palabra que sus labios musitaron: “rousebe”.

Jerry Thompson, el periodista, aparece durante toda la película, pero sólo como una sombra que persigue el rastro de Kane, entrevistando a los seres queridos y no queridos que lo conocieron en vida. Es así como el director puso en la voz de los personajes, la narración de la historia, mostrando las imágenes de la forma como lo evocaban en las entrevistas.

“Rousebe” es la palabra que atraviesa la cinta completa, mientras Thompson trata de descubrirlo, se va haciendo un análisis biográfico de la vida de Kane. Pudo haber sido la estrategia de Welles para que aunque se presentara la obra en sentido no lineal, las personas pudieran seguir el hilo de la historia, pues aunque para los ojos entrenados de estas nuevas generaciones, puede no ser complejo entenderla, para los espectadores de su época se les presentó como una obra extraordinaria, y claro que lo fue, fue la primera obra increíble del resto que han sido creadas hasta hoy.

 El último tiempo, el último momento de esta historia, es ese en el que tenemos una experiencia estética con la obra y viene ella como respuesta a la expectativa que nos genera “rousebe”, a toparnos con que no puede resumirse la vida de un hombre en una palabra.


lunes, 29 de junio de 2015

Yojan Valencia



Lo hemos visto caminando por toda la ciudad, viste de jean, tennis, gafas de sol y siempre una cámara fotográfica colgada en sus hombros. Su producción, es un retrato de una Medellín polifacética, a través de esta podemos adentrarnos en los pogos de los conciertos más punkeros de Castilla y a su vez apreciar la majestuosidad de las manos de Teresita Gómez sobre los pianos más antiguos de la ciudad. 

En sus álbumes encontramos desde imágenes de sus familiares y amigos en situaciones cotidianas, hasta de artistas reconocidos a nivel mundial como Charlie García y Cerati, en grandes escenarios. 
Él retrata a la Medellín ficcionaria: conciertos, obras de teatro, desfiles y carnavales que movilizan cientos de personas alrededor de la fiesta y el color; al mismo tiempo que expone manifestaciones sociales, como luchas de estudiantes y trabajadores. Captura el momento exacto de la expulsión del gas lacrimógeno y en el que la indignación se rompe con un grito. 


Yojan, registra a la Medellín real: las comunas más altas, los desalojos de la innovación, los pies desgastados de los niños descalzos, el sudor en el rostro de los trabajadores. Las huellas en los brazos de mujeres cargando escapularios, y el temor; todas ellas imágenes desesperanzadoras, pero también congela el brillo en la sonrisa de un niño afro-descendiente que viste un traje colorido y baila música tradicional colombiana.